sábado, 22 de octubre de 2011

EMILY BROWNING en LA BELLA DURMIENTE SEXUAL

En La Bella Durmiente, Lucy (Emily Browning) decide hacer frente a los problemas económicos propios de una estudiante universitaria aceptando ejercer como Bella Durmiente en un prostíbulo de lujo.

Lucy toma un brebaje que la deja dormida, es acostada en una cama, y al día siguiente despierta sin recordar nada. No tiene derecho a hacer preguntas, y tan solo se le pide máxima discreción. Por su parte los clientes solo tienen dos reglas: no dejarle marcas, y no penetrarla. Por lo demás, pueden hacer lo que quieran con su cuerpo.



En Sleeping Beauty no hay víctimas ni verdugos, tan solo vendedores, compradores y mercancía, todos ellos ejerciendo su rol con plena libertad. La explotación del cuerpo como metáfora del capitalismo salvaje sería una de las vías para analizar el film.


La otra, reparar en esa sexualidad narcolépsica donde los hombres ancianos son incapaces de tener una erección, y la adolescente dormida es insensible a cualquier contacto carnal. Ante la imposibilidad de la relación sexual, los clientes acaban comprando una fantasía, la posibilidad de profanar un cuento, pero no de poseer a una persona.


El principal problema de la directora Leigh es su vocación por intentar abarcar demasiado y querer decir demasiadas cosas en una sola película. Un error que acaba hipertrofiando el film, incapaz de ofrecer una sola idea con claridad.



Sleeping Beauty presenta a una protagonista que, pese al brillante trabajo de Browning, resulta excesivamente compleja e insondable, demasiado incomprensible para ser apadrinada por el espectador. En definitiva, estamos ante una obra fallida que, no obstante, deja entrever un interesante discurso que su directora no ha sabido fructificar.


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